martes, 19 de febrero de 2008

¡Aún existe!

Hoy día fui a Talcahuano acompañada de mi mamá a hacer unos trámites y, aunque debo confesar que la ciudad portuaria no es de todo mi agrado, igual siempre termino disfrutando los paseos con ella por esos lados.

Resulta que cada vez que vamos me cuenta una historia nueva de algo que le sucedió en algún lugar de Talcahuano, porque vivió ahí prácticamente toda su niñez y adolescencia. Se acuerda perfecto de los lugares a los que iba a jugar, de quién vivía en tal o cual casa, de los negocios y de qué había "ahí" antes de ser "eso". Es común que, con mucha emoción, deja su vista fija por algunos segundos en alguna plaza o vereda como si pudiera revivir los momentos que pasó en ese lugar.

Hoy íbamos caminando (quizás a propósito mi mamá me llevó por ese camino) y de repente me dijo "esta es la casa que siempre te he contado que tenía una gran escalera por la que mi prima bajaba con un gran vestido corriendo y yo quería hacer lo mismo, pero era chiquitita. Y donde vivía con todos mis tíos".
Pues esa casa, actualmente es un preuniversitario, que para suerte de mi mamá, estaba abierto al público.

Sin pensarlo dos veces, mi progenitora me invitó a pasar para conocer la tantas veces mencionada casa. Sentí que apretó mi mano que le tiritaba un poco y pensé con temor que quizás se pondría a llorar o algo así.

Hasta ese entonces me parecía un tanto exagerada su reacción, pero cuando empezamos a subir la "gran escalera" me imaginé a mi pequeña madre habitando esa enorme casa antigua, donde había vivido por mucho tiempo, y me empecé a emocionar yo misma.

Recorrimos los pasillos y nadie nos detuvo, porque sólo había una mujer en una oficina (que antes fue una pieza), inscribiendo a los alumnos. Me di cuenta cómo los ojos de mi mamá se llenaban de lágrimas, recordando sus rincones favoritos, las habitaciones de sus fallecidos padres y tíos, los baños, el living. Tantos recuerdos…

La casa es hermosa, aún conserva muchas cosas de hace años, según mi mamá. Yo, por mi parte, envidié que tuviera un lugar para recordar su infancia, porque yo sólo recuerdo las dos casas donde pasé mi infancia, pero que están en Punta Arenas y no sé si algún día pueda volver a verlas o entrar a revivir los lugares dónde dormí, jugué, corrí. Pero creo que eso mismo pensó mi mamá cuando nos fuimos de acá a la ciudad más austral del mundo. Nunca pensó que volvería a entrar a esa casa con las escaleras “tan grandes” que hoy le parecieron más pequeñas de lo que ella recordaba.

Ojalá algún día yo pueda volver a visitar Punta Arenas y las casa donde viví.
Y qué feliz me siento de que mi mamá haya vuelto a su casa y se haya acordado de cosas que, quizás cuesta menos recordar cuando vuelves al lugar donde pasaste parte importante de tu vida.

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